Da minha janela vejo o Bósforo todos os dias: divisões e correntes, agitações e marés. Tal como no homem, tal como no mundo.
terça-feira, 30 de agosto de 2011
caminho de volta
"Caminho de volta", faixa de UniVersos (2011), novo álbum de Virtus.
Com letras assim, apetece dizer: o hip hop português continua vivo.
"Eu amo mas a noite questiona a minha existência"
segunda-feira, 29 de agosto de 2011
terça-feira, 16 de agosto de 2011
crime e castigo
sábado, 13 de agosto de 2011
watch the throne
Rappers com trajectos diferentes, quer pessoais, quer artísticos (Jay Z, mais velho e com muitos mais anos na "casa", é conhecido, sobretudo, como rapper, apenas; Kanye West, além de rapper, é um dos mais finos produtores do novo milénio e o seu aparecimento, nos anos 2000, foi, provavelmente, um dos acontecimentos de maior impacto para a cultura pop mundial), aí estão eles em Watch the Throne, o qual, por aquilo que já fui ouvindo, se assume com um disco de auto-celebração de dois gigantes do hip-hop mundial. Ambos megalómanos e egocêntricos (embora estas duas qualidades aparecam com uma matiz diferenciada em Kanye, mais frágil e sensível), sabem que têm o mundo nas mãos: daí a fazer um álbum onde afirmam expressamente a sua supremacia (o seu throne) é um luxo a que eles, como poucos, se podem dar nos dias de hoje.
O videoclip acima - elegantemente filmado - é relativo ao primeiro single, "Otis", que conta com um sample (audível logo no início) de "Try a Little Tenderness", de Otis Redding.
sexta-feira, 12 de agosto de 2011
estar em Marrocos
Um autocarro apinhado de marroquinos efervescentes (éramos os únicos turistas, creio), 30 e muitos graus, a paisagem desértica de montes arenosos pontuados por uma vegetação decrépita de sede, eles de calções de banho e tronco nu muitos suados, elas de lenço na cabeça (quando não tapadas da cabeça aos pés), os rostos torrados e delirantes, corpanzis com as cabeças de fora da janela, urros e pés batendo febrilmente no chão...
quando, de repente, se ouve aquele chinfrim inconfundível de um telemóvel nas mãos de um jovem num autocarro (um perigo público, como a contemporaneidade tem vindo a revelar): I'm Yours.... "Sim, é mesmo o Jason Mraz", pensei eu.
Estar em Marrocos é um pouco isto - é estar em toda a parte do mundo e, ao mesmo tempo, estar ali, só ali, no meio daquele povo singular e tão especial, complexo e estranho para nós, ocidentais, na sua hospitalidade e nos seus afectos.
quando, de repente, se ouve aquele chinfrim inconfundível de um telemóvel nas mãos de um jovem num autocarro (um perigo público, como a contemporaneidade tem vindo a revelar): I'm Yours.... "Sim, é mesmo o Jason Mraz", pensei eu.
Estar em Marrocos é um pouco isto - é estar em toda a parte do mundo e, ao mesmo tempo, estar ali, só ali, no meio daquele povo singular e tão especial, complexo e estranho para nós, ocidentais, na sua hospitalidade e nos seus afectos.
Excerto da crónica de Mario Vargas Llosa no El País de 31 Julho (ler artigos destes é uma das coisas boas que nos acontecem quando estamos no estrangeiro e não há jornais portugueses).
"No es verdad que el Internet sea sólo una herramienta. Es un utensilio que pasa a ser una prolongación de nuestro propio cuerpo, de nuestro propio cerebro, el que, también, de una manera discreta, se va adaptando poco a poco a ese nuevo sistema de informarse y de pensar, renunciando poco a poco a las funciones que este sistema hace por él y, a veces, mejor que él. No es una metáfora poética decir que la "inteligencia artificial" que está a su servicio, soborna y sensualiza a nuestros órganos pensantes, los que se van volviendo, de manera paulatina, dependientes de aquellas herramientas, y, por fin, en sus esclavos. ¿Para qué mantener fresca y activa la memoria si toda ella está almacenada en algo que un programador de sistemas ha llamado "la mejor y más grande biblioteca del mundo"? ¿Y para qué aguzar la atención si pulsando las teclas adecuadas los recuerdos que necesito vienen a mí, resucitados por esas diligentes máquinas?
No es extraño, por eso, que algunos fanáticos de la Web, como el profesor Joe O'Shea, filósofo de la Universidad de Florida, afirme: "Sentarse y leer un libro de cabo a rabo no tiene sentido. No es un buen uso de mi tiempo, ya que puedo tener toda la información que quiera con mayor rapidez a través de la Web. Cuando uno se vuelve un cazador experimentado en Internet, los libros son superfluos". Lo atroz de esta frase no es la afirmación final, sino que el filósofo de marras crea que uno lee libros sólo para "informarse". Es uno de los estragos que puede causar la adicción frenética a la pantallita. De ahí, la patética confesión de la doctora Katherine Hayles, profesora de Literatura de la Universidad de Duke: "Ya no puedo conseguir que mis alumnos lean libros enteros".
Esos alumnos no tienen la culpa de ser ahora incapaces de leer Guerra y Paz o El Quijote. Acostumbrados a picotear información en sus computadoras, sin tener necesidad de hacer prolongados esfuerzos de concentración, han ido perdiendo el hábito y hasta la facultad de hacerlo, y han sido condicionados para contentarse con ese mariposeo cognitivo a que los acostumbra la Red, con sus infinitas conexiones y saltos hacia añadidos y complementos, de modo que han quedado en cierta forma vacunados contra el tipo de atención, reflexión, paciencia y prolongado abandono a aquello que se lee, y que es la única manera de leer, gozando, la gran literatura. Pero no creo que sea sólo la literatura a la que el Internet vuelve superflua: toda obra de creación gratuita, no subordinada a la utilización pragmática, queda fuera del tipo de conocimiento y cultura que propicia la Web. Sin duda que ésta almacenará con facilidad a Proust, Homero, Popper y Platón, pero difícilmente sus obras tendrán muchos lectores. ¿Para qué tomarse el trabajo de leerlas si en Google puedo encontrar síntesis sencillas, claras y amenas de lo que inventaron en esos farragosos librotes que leían los lectores prehistóricos?"
"No es verdad que el Internet sea sólo una herramienta. Es un utensilio que pasa a ser una prolongación de nuestro propio cuerpo, de nuestro propio cerebro, el que, también, de una manera discreta, se va adaptando poco a poco a ese nuevo sistema de informarse y de pensar, renunciando poco a poco a las funciones que este sistema hace por él y, a veces, mejor que él. No es una metáfora poética decir que la "inteligencia artificial" que está a su servicio, soborna y sensualiza a nuestros órganos pensantes, los que se van volviendo, de manera paulatina, dependientes de aquellas herramientas, y, por fin, en sus esclavos. ¿Para qué mantener fresca y activa la memoria si toda ella está almacenada en algo que un programador de sistemas ha llamado "la mejor y más grande biblioteca del mundo"? ¿Y para qué aguzar la atención si pulsando las teclas adecuadas los recuerdos que necesito vienen a mí, resucitados por esas diligentes máquinas?
No es extraño, por eso, que algunos fanáticos de la Web, como el profesor Joe O'Shea, filósofo de la Universidad de Florida, afirme: "Sentarse y leer un libro de cabo a rabo no tiene sentido. No es un buen uso de mi tiempo, ya que puedo tener toda la información que quiera con mayor rapidez a través de la Web. Cuando uno se vuelve un cazador experimentado en Internet, los libros son superfluos". Lo atroz de esta frase no es la afirmación final, sino que el filósofo de marras crea que uno lee libros sólo para "informarse". Es uno de los estragos que puede causar la adicción frenética a la pantallita. De ahí, la patética confesión de la doctora Katherine Hayles, profesora de Literatura de la Universidad de Duke: "Ya no puedo conseguir que mis alumnos lean libros enteros".
Esos alumnos no tienen la culpa de ser ahora incapaces de leer Guerra y Paz o El Quijote. Acostumbrados a picotear información en sus computadoras, sin tener necesidad de hacer prolongados esfuerzos de concentración, han ido perdiendo el hábito y hasta la facultad de hacerlo, y han sido condicionados para contentarse con ese mariposeo cognitivo a que los acostumbra la Red, con sus infinitas conexiones y saltos hacia añadidos y complementos, de modo que han quedado en cierta forma vacunados contra el tipo de atención, reflexión, paciencia y prolongado abandono a aquello que se lee, y que es la única manera de leer, gozando, la gran literatura. Pero no creo que sea sólo la literatura a la que el Internet vuelve superflua: toda obra de creación gratuita, no subordinada a la utilización pragmática, queda fuera del tipo de conocimiento y cultura que propicia la Web. Sin duda que ésta almacenará con facilidad a Proust, Homero, Popper y Platón, pero difícilmente sus obras tendrán muchos lectores. ¿Para qué tomarse el trabajo de leerlas si en Google puedo encontrar síntesis sencillas, claras y amenas de lo que inventaron en esos farragosos librotes que leían los lectores prehistóricos?"